lunes, 26 de abril de 2010

France Pejot (1914-2010)














En memoria de France Pejot, madre del famoso músico electrónico Jean-Michel Jarre, fallecida el pasado Sábado 24 de Abril a la edad de 95 años.

Descanse en paz.


lunes, 19 de abril de 2010

Una Bendición del Cielo o Una Maldición del Infierno

Fans: Definitivamente un castigo divino. Aún me acuerdo de la vez que mi amigo Brian Eno, con quien estuve muy cerca de colaborar de no haberse juntando con tanto individuo tan poco electrónico, mando a tomar por culo a sus fans de internet porque lo tenían atosigado. Luego está el caso del repelente de Mike Oldfield, del cual me han contado que ni ha estado en Ibiza ni ahora en Bahamas, sino que está oculto en un zulo bajo la moqueta enmohecida de uno de los cuartos de baño de su mansión de Tocking­ton. ¿La razón? Fobia a los fans, no los aguanta, no los tolera y si saca tantas secuelas tubulares es para joderlos vivos.


En lo referente a mi trato con los fans reconozco que antes de sacar el disco aquel que hice después que Charlote me diera calabazas fue bastante cercano y cordial. Me dejaba caer más por las tienditas Fnac para firmarles algunos discos, mandaba videomensajes a través de algunas webs... En fin, había buen rollito sin llegar a ser empalagoso pero tampoco un saborío. Hasta aquella época podría decirse que no tuve problema con ellos. Bueno, salvo con uno que durante un concierto que hice frente la Torre Eiffel, no paró de darme voces e increparme sin razón alargando los brazos. Un tipo con barbas y pelo largo que se encajó en la primera fila y me dio el coñazo todo lo que el concierto duró.

Y después empezaron a torcerse las cosas y a acontecer sucesos nada agradables. Pasó que hay gente que cuando les das la mano te toman el pie, y así me ocurrió a mí con una tía pesada que, para más inri, mantenía que era de origen extraterrestre. Joder, marciana sí que era un rato, rara cual perro verde. Pues esta tía, con aspecto de cadete militar y edad imposible de precisar, se emperró conmigo y raro era el día que no telefoneaba pidiendo alguna entrevista o una exclusiva para una web que había montado con dos fans anglos. Para colmo me la encontraba en todos mis conciertos, pero desde días antes de celebrarse, ya fuera en los ensayos o entrando o saliendo del hotel.
El caso es que se le debió torcer algún cable en la sesera, y aquello se parecía cada vez más a la peli "Atracción Fatal", pero sin rollo sensual ni sexual. La tenía un día sí y al otro también tocándome el timbre del cortijo que compré para montar mi nuevo estudio de grabación y siempre se las apañaba para colarse. Mis comfathers in crime, es decir Rumber y Claudio y en alguna ocasión también Patrick Rondas que se apuntaba con su guitarra, se quejaban porque no había manera de ensayar con la tiparraca aquella grabándoles todo el rato con su videocámara.

Hasta que una noche haciendo cositas en el estudio, porque yo para eso soy bicho nocturno, se me antojó una barbaridad un poquito del mousse de chocolate que me salió superior. Empecé a bajar por las escaleras, ya de por si bastante tenebrosas, todo hay que decirlo, cuando escucho un ruido tras de mí y ¡joder!, allí estaba la niñata ésa cámara en ristre grabándome. Me dio un susto tremebundo, porque yo ya creía que se me aparecía el fantasma de Michel Duchamps que venía a reclamarme unos royalties. Pero no, era la petarda aquella buscando otra exclusiva para su pseudooficial página web. Fue entonces cuando la mandé a shuparla, que no quería volverla a ver más por allí ni por ningún lado.

Después de aquello se agarró un buen rebote y siempre que podía me hacía mala prensa. Llegó a colgar en su web unas fotacas de mi cortijo donde se ve algo viejuno y ruinoso, incluso una de la noche en que casi me mata del susto. Yo creo que la chica se sintió despechada, o algo, aparte del cable torcío que acabó haciéndole contacto y que derivó, según palabras suyas propias, en un dolor de cabeza de nueve años. O algo parecido...

Ese tipo de experiencias, por no contar la del individuo de género sexual dudoso que intentó chuparme la oreja en la presentación del libraco de fotos de Egipto (publicado, por cierto, por la marciana), son las que me han hecho doblar la distancia con mis fans, contratar a gente que se ocupe de darles palique y evitar, en la medida de lo posible, estar demasiado rato con ellos no sea que se le vaya a algún otro la olla.

Pero una cosa era tener por fan a E.T el Extraterrestre y otra muy distinta y bastante más preocupante que mis seguidores espagnolos buscaran prejubilarme, auspiciados por parte de mi equipo de colaboradores más cercanos. Yo ya no paraba de darle vueltas al asunto y de intentar razonar sobre mi difícil situación: Me encontraba en el epicentro geográfico del dominio ultrafan y rodeado de conspiradores, el último Eugène que seguramente cumplía la doble misión de espiarme y prepararme una emboscada en la que mis enemigos caerían sobre mí. Supuse que había motivos de sobra para recurrir a la ayuda y consejo directo de mi gemelo cósmico Emyl, así que eche mano del móvil que llevaba en el bolsillo del pantalón dispuesto a contactar con él. Como no había cobertura allí abajo, salí del tren en la primera parada y busqué la salida a la superficie.

Caí en la cuenta que no tenía la menor idea de en qué parte de Madrid me encontraba, ya que después de escapar de Eugène en el cybercafé tomé el primer tren que pude y luego cambié a otro para evitar que me siguieran. Vi el nombre de aquella estación de metro justo cuando subía las escaleras y vislumbré la luz del mundo sobre la superficie: Chueca.

lunes, 12 de abril de 2010

Conspiración Subterránea

No podría decir que la experiencia hubiera sido placentera. El Metro de Madrid, como casi todos los suburbanos del mundo, son claustrofóbicos, propensos al hacinamiento y un auténtico laberinto de dos pares de huevos donde perderse es la regla, además de un muestrario muy particular de olores.

Mira que me gustan poco esos sitios. Recuerdo el episodio vivido en el metro de Moscú. Estábamos liados con el concierto gordo que íbamos a dar en aquella ciudad, en 1997. Como era habitual aquello se iba a grabar para sacarlo luego en videocasete (aún no estaba muy extendido lo de los DVDs) y para tal menester el jefe Francis había encomendado la dirección del film a un pesado llamado Aurbey Power, por lo demás conocido solo en el salón de su casa. Con lo bien que siempre me había ido con Mike Mindfield. El jodío me sacó unos planos bien buenos en Londres. Yo estaba allí más mosqueao que un simio, porque estaba todo encharcado y olía a moqueta de cuarto de baño inglés. Pero el Mindfield me encuadró bien sonriente todo el rato. Seguro que pilló planos de cuando me partía el culo con la bailarina yokoono esa que me subieron al escenario.

Bueno, el caso es que al tontuno del Power no se le ocurre otra cosa para grabar que pasearme por media ciudad: Que si un parque de atracciones con unos rusos beodos subidos en una montaña evidentemente rusa, que si un posado en la Plaza Roja (creo que aquello fue lo que se le borró de la memory stick de la cámara) y por supuesto el puto metro moscovita. Será todo lo art decó que quieran, pero aquello era lo más parecido a un mausoleo gordo y además bajo tierra.

Pues ahí abajo estábamos grabando, el Power me decía "ponte así, mira a aquel" y yo aguantando mecha vistiendo un tabardo pesadísimo que me producía los sudores de la muerte. Porque allí, por muy Moscú que fuera, hacía un calor de cojones, y es que estábamos en pleno Septiembre. Pues íbamos a grabar un secuencia en la que yo tenía que salir de un vagón. Power y su gente se habían instalado en el andén con la cámara. Llegó el tren, entré en él no sin recibir unos buenos empujones y me planté allí delante de la cámara esperando a que el aprendiz de director me diera la señal de "acción". De verdad que no sé en qué puñetas estaría pensando el tío que no abrió la boca hasta que las puertas hicieron el efecto contrario: Se cerraron y el tren se puso en marcha. Allí estaba yo, rodeado de moscovitas que me dedicaban miradas sucias, posiblemente por lo estrafalario de mi atuendo invernal (tenía una raya reflectante en la espalda que me hacía parecer un encargado de mantenimiento de carreteras), sin saber una sola palabra de la lengua de Lenin y más perdido que Guillermo de Baskerville en la biblioteca. El equipo del infame director me recuperó dos hora más tarde en la siguiente parada del soviético metro. Ellos también se perdieron grabando algo.

Por eso todo lo que sea viajar en metro me pone de mala uva, y con el de Madrid no habría de ser diferente. Nos tiramos casi una hora agarrados como simios a las barras. Después de un par de trasbordos asomamos a la superficie por la boca de metro Bilbao. Hacía un solazo del copón y yo sudaba bajo la negra camiseta fan made. Eugène no había parado de rajar durante todo el recorrido sobre expediciones y colonias espaciales, la versión futura del Reason y sobre soportes imaginarios en que publicaría su primer disco. En eso seguía mientras me guiaba hasta su cybercafé favorito.

- ... Y en esas laminas de cristal irán almacenadas las canciones las cuales insertadas en conectores HDMI en nuestra nuca emitirán sonido en 5.1 neurocerebral... Ah, es justo ahí -señaló un local con tolditos rojos y puerta de entrada giratoria- el Café Comercial, mi ciber favorito...

Entramos, aquello parecía amueblado al más puro estilo puticlú alicantino, con sillones forrados en skay rojo y una barra de madera más sobada que una entrada de concierto. Pero se estaba bien, fresquito y además pude ver que tenían mousse de chocolate. Eugène me comentaba que aquel antro había sido lugar de encuentro de grandes escritores espagnolos y que él solía pasar ratos allí a ver si se le pegaba algo del talento de los vetustos escribanos. En fin, tomamos asiento ante uno de los ordenadores conectados a internet y de paso pedimos unos brebajes.

- Para él un mousse de chocolate pero si no tiene ni azúcar ni mantequilla -dijo mi acompañante dando muestras de estar empapado sobre mis gustos gastronómicos- y para mí una Coca-Cola de vainilla. Es que me he aficionado un poco a las pelis del Tarantino -me dijo a modo de confidencia-. Bueno, vamos a ver si su ejército de fans españoles sigue estando donde siempre...

Tecleó una dirección web y en unos segundos apareció el índice de una web de discusiones. Mi nombre aparecía por ahí en algunos sitios. Efectivamente existía una comunidad de fans espagnolos.

- Ahora voy a ver de qué forma puedo contactar con los Webmasters -me informaba de los pasos que iba dando-, como no me dejan escribir puede ser algo complicadillo...

Mientras Eugène se movía rápido por aquella web yo alcanzaba a leer frases que no acababa de entender. Ciertamente la lengua de estos fans resulta difícil de traducir. Leí algunos nombres de usuarios ciertamente evocadores de mi fastuosa obra.

- Dime Eugène -pregunté a mi soldadito espagnolo- ¿cómo son estos fans míos? quiero decir, mis seguidores anglos se llevan el día llamando a mi oficina para que les cuente algo en exclusiva, se fabrican arpas láser en sus propias casas o se reúnen para cantar canciones mías como la que grabé con aquel estudiante amigo mío que usaba coladores por gafas -recordaba algunas frikadas que me habían contado o que yo había visto en YouTube que ahora, en estos tiempos aciagos, me resultaban conmovedoras-. Cuéntame...

- A decir verdad, Maestro -contestó Eugène-, sus seguidores españoles son peculiares en algunos aspectos... ¿Cómo le diría yo?... A ver -y se puso a buscar algo dentro de aquella web de fanáticos de mi música-, le voy a poner un video que creo que está por aquí... ¡Sí, aquí! Échele un vistazo a esto mientras voy por nuestras bebidas y así se hace una idea... -se levantó y se dirigió hacia la barra del café-.

Se abrió una ventanita en el explorador que mostraba un video alojado en YouTube...




No había altavoces ni auriculares con lo que escuchar nada, y el principio del video me pareció poco aclaratorio, así que salté en la línea de tiempo. Ahora aparecían unos tipos al parecer pasándoselo bien sentados sobre unas camas. Otro salto y se podía ver a algunos de esos individuos saltando como simios dopados en lo que parece una disco de moda como el VIP Room de mi amigo Jean Rock. Hice retroceder un poco la imagen y... Entonces fue cuando lo vi. La sangre se me congeló bajo la frondosidad de mi melena y casi me da un vahío. La imagen había quedado fija bajo el icono de un reloj de espera, la imagen de la traición y sus perpetradores, del cónclave de la conjura, de la instauración del poder fáctico... Sentados en una mesa y comiendo, rodeados por otras personas, algunas de las cuales acababa de ver en otras escenas del video, podía verse al que hasta hace unos días consideraba mi mejor amigo y compadre musical, Paco Rumber, flanqueado por los dos cabecillas ultrafans que me sobaron la cámara de fotos en Marsella y me colaron el DVD espía de Queen años atrás... Ellos, allí, en lo que parecía una convención de ultrafans conspiradores. Seguí viendo el video presa del asombro y del terror por haber descubierto esa facción de espagnolos confabuladores que maquinaban mi destrucción. De nuevo aparecía en la pantalla Rumber, esta vez en la calle rodeado de ese numeroso ejercito... Debían ser decenas, quizá cientos... Lo veía charlar con ellos, dándoles instrucciones, aleccionándolos en la estratégia de su golpe de estado. Alguno incluso se tapaba el rostro ante la cámara, posiblemente intentando ocultar su identidad para que yo no pudiera identificarlos. ¿Cuántos más de los que me rodean en cada gira, en cada ensayo, serían cómplices de este complot?... Y entonces, en un único fotograma que antes pasó inadvertido ante mis ojos, llegó la respuesta a esa dura sospecha: A la diestra del instigador jefe identifiqué a otro miembro de mi equipo. me habría caído de culo al suelo de no estar anclado por el sudor al puto skay rojo del sillón: María Laura, ayudante y esposa de mi técnico de sonido, Patricio Mondamourgues, además de colaboradora en varios asuntos de las giras y conciertos y, como no podía ser de otra manera, bastante cercana a Rumber ya que le llevaba las labores de management.

Yo estaba entonces que me salía del pellejo. Esto había alcanzado unas dimensiones que me sobrepasaban. Los ultrafans estaban bien colados en mi equipo personal y de producción. Ya habíamos desenmascarado a dos de ellos y quién sabe cuántos más habría metidos en el fregao. ¿Quizás Dominic? Emyl no se fiaba un pelo del enjuto músico, aunque a mi parecer no tendría razones para desearme mal alguno: Me lo llevé por media China de gira, dejé que se disfrazara de jeque en Londres, siempre le dejaba los teclados de bandolera más molones... Aunque también es cierto que durante los conciertos que dimos en París hace unos años me negué a pagarle un sobresueldo para el bonobús, y es que tenía que ir y venir todos los días un par de veces hasta los Campos Elíseos... Pero no, eso no es razón.

La desconfianza se estaba apoderando de mí. Ya dudaba de todo el mundo, aunque ciertamente no era para menos: El que creía que iba a ser mi ejercito de leales fans espagnolos no era más que un nido de víboras intrigantes en cuyo centro se alzaba un embaucador Rumber, apoyado siempre por María Laura, su manager y ahora también subcomandante de los ultrafans...

- Perdone la tardanza Maestro -la gravísima voz de Eugène me sacó de mis pensamientos de un mazazo; me había olvidado completamente de él-, pero su mousse estaba hecho con mantequilla y les he exigido que hicieran otro sin ese ingrediente. Aquí está, como a usted le gusta...

"Como a usted le gusta", su última frase resonaba en mi cabeza con efecto vocoder y algo de flanger. Aquel individuo sabía cosas de mí que no recuerdo haber ventilado en ninguna entrevista. Dios mío, ¿cómo había podido estar tan ciego? ¡Eugène era un ultrafan camuflado! Entonces me pregunté cómo fue capaz de localizar el hotel donde me hospedaba... Seguramente por alguna señal emitida desde un chip espía instalado en mi MacBook. Me había metido en la boca del lobo dejándome engatusar por mi rayado y rayante acompañante. Tenía que salir de allí, y a ser posible sin levantar sospechas.

- Claro, claro... Sin mantequilla... -dije intentando disimular mientras me levantaba lentamente de mi asiento-. ¡Anda, qué tonto! Pues no que he salido del hotel sin dinero encima -solté lo primero que me vino al melón-, así que voy ahora mismo a salir a ver si encuentro un cajero de Barclays por aquí ¿vale?...

- No, Maestro, que yo invito -replicó el recién descubierto ultrafan- que hoy es un día glorioso: Voy a entrar de nuevo en la comunidad de internet sin tener que usar un nick de camuflaje -dijo en medio de una gran sonrisa, una sonrisa sospechosa-. Oiga, ¿le ocurre algo?...

No perdí un segundo, salí por piernas todo lo rápido que pude, como si recorriera de nuevo la pasarela sobre el lago en mi concierto de Sevilla, abandonando el cibercafé -casi me quedo encajado en la puta puerta giratoria- y a Eugène dentro de él seguramente paralizado por la sorpresa pues cuando me lancé escaleras abajo por la boca de metro pude comprobar que no me seguía.

Recorrí los subterráneos pasillos, temiendo cruzarme con algún otro ultrafan que pudiera seguirme. Sus caras, las que vi en aquel video, se quedaron grabadas en mi sensual mente. Llegué a un andén del cual estaba a punto de salir un tren. Sin pensarlo me colé en él y las puertas se cerraron tras de mí.

Había escapado de milagro. Pero aún no estaba a salvo: ¡Me encontraba bajo el subsuelo del bastión de los ultrafans espagnolos!.

domingo, 4 de abril de 2010

Soldadito Espagnolo

La revelación que Emyl me hizo llegar vía onírica, gracias al contenido hipnótico del CD que Eugène me entregó, me había sumido en una profunda tristeza. Rumber, mi más cercano amigo y compañero de andanzas musicales, era el cerebro entre bambalinas de la conjura de los ultrafans. Éstos a su vez parece que tenían su base de operaciones precisamente en España, según las conjeturas de mi hermano gemelo cósmico, por lo que en cierto modo me encontraba en territorio enemigo hostil. Ignoraba su número exacto, aunque tenía fresca las caras de sus cabecillas principales. Pero todo eso daba lo mismo, me importaba un rábano. La idea que golpeaba mi cabeza como si fuera uno de mis platillos era la puñalá trapera que me había dado Rumber.

Salí de la habitación y del hotel sin apenas proponérmelo, como si con ello buscara escapar de la tristeza que me corroía. Nada más poner un pie en la calle una figura familiar vino a aparecer a mi lado.

- ¿Ya escuchó el CD, Maestro? Se ha tomado su tiempo, no diga que no...

Era Eugène, con su voz casi gutural que emergía de unos labios apenas móviles. Ignoro de dónde cojones había salido ni cuánto tiempo llevaba allí esperando mi salida, pero también eso me la traía al pairo, porque yo lo único que sentía era una tristeza la ostien de grande.

- Maestro, -dijo Eugène- el CD... ¿Qué le ha transmitido?.

- Pues... ¿Qué te digo, zagal?... Un sentimiento muy profundo, de lo duro que es a veces descubrir la verdad, -sin saberlo le estaba abriendo mi corazón a aquel extraño que me miraba ahora con ojos bien redondos como platos... o platillos- como si el puente entre dos mundos se rompiera y quedara hecho cachicos... Ah, y también tías, un buen puñao.

- ¿Tías?... -repitió en su asombro el joven del chaleco a rayas- Lo de los mundos y los sentimientos profundos como el Universo me encaja pero... ¿Ha dicho tías?.

- Y casi en bolas además. Oye, por cierto, ¿tú no tendrás por casualidad algún familiar en Francia que además coincida que es músico? -dije llevado por la curiosidad sobre su parecido con mi camarada de correrías musicales, el Juver-.

- ¿Yo? pues no... Aunque sí he estado por allí, precisamente con un buen grupo de fans españoles, para verle en concierto -argumentó Eugène encendiendo, sin saberlo, la llama de la curiosidad en mi-...

- ¿Fans españoles dices, criatura? Pero si aquí no me conoce ni el tato. Debes estar confundiéndote, serían polacos o ingleses, seguramente de ésos últimos -sentencié recordando a los anglos que me habían tocado en suerte por fans- que no paran de llamar a mi oficina de management preguntando chorraditas y polladas varias...

- Pero Maestro, cómo dice eso si en España hay un gran número de seguidores suyos -comenzó a explicar el chico- que van a sus conciertos allí donde los haya, compran todos sus discos e incluso se juntan cada año en una ciudad española distinta para rendirle homenaje...

Aquella información me dejó helado, ya que tanto mi equipo de management como mis road managers así como también los fans anglos aquellos siempre me habían dicho que los espagnolos solo tenía orejas para su flamenco y como mucho para Yani, por aquello del parecido de este país con Grecia. Por eso nunca me recomendaban venir a hacer conciertos por aquí. Ahora entiendo por qué en aquel que di en 1993 en Barcelona me abuchearon al ofrecerles un anexo flamencológico dentro de mi recital. Claro, porque en el fondo a los espagnolos no les gustan tanto sus rollos folclóricos. Por esa razón berreaban descontentos...

De repente resultaba que en aquel país al norte de África, que en el terruño vecino de la ma France, se encontraba un bastión de fieles seguidores recién descubierto por mí, de fans de los güenos que compran discos y entradas para conciertos. Esta noticia me hizo olvidar por un momento al amigo traidor y pensar que en esta guerra contaba con grandes aliados que, sin lugar a dudas, se unirían a mi lucha contra los ultrafans como auténticos soldados. Dirigí mi mirada al primero de ellos, al fiel Eugène que me miraba con una mirada un poco obtusa, como cuestionándose algo.

- Mi leal Eugène -dije en tono solemne- quiero que sepas que has sido llamado a una justa batalla. Oye dime, ¿en qué cosa trabajas?.

- Pues mire, Maestro, aunque lo mío es la música en realidad soy militar.

- No jodas -empecé a alucinar al ver que todas las piezas encajaban, empezando por la profesión de aquel mi primer fan espagnolo reconocido-. Pero ¿no eres un poco bajo para ser soldado de asalto?

- Ya estamos con la dichosa fracesita de "Star Wars" -contestó Eugène, armado de paciencia-... Pero ya que lo pregunta mis labores en el ejercito las realizo en una oficina.

- No importa, mi leal soldado -yo seguía preso de mi alucine y creciente fascinación ante los designios del Destino que ponía en mis manos un ejército de fans-, capitanearás a mis tropas para desenmascarar a los ultrafans y abortar su sucia conjura...

- Un ejército de fans -repitió Eugène-... Debe referirse a la comunidad internauta de fans españoles, sino otra cosa no se me ocurre... Si es así puedo indicarle como contactar con ellos ahora mismo. De hecho -entornó lo ojos como muestra de un profundo e intimo placer- no encuentro mejor ocasión que esta para volver a ese foro de encuentro...

-¿Una comunidad de fans espagnolos dices? -pregunté intrigado por estas cosas que para mi eran absolutas novedades- ¿Y dónde puedo ponerme en contacto con ellos?.

- Bueno, pues igual que yo: Desde un cyber, porque la verdad es que desde que me banearon no tengo otra forma de acceder...

- ¿Te expulsaron de su comunidad, dices, como a Asurancetúrix? -me interesé por ese detalle-.

- Bueno, podría valer el paralelismo -divagaba el chavalote-. Pero ahora me voy a tomar la revancha: Les voy a plantar delante al mismísimo Jarre. No les quedará más remedio que alabarme. Desearán poder comprar mis maquetas, pedirán a gritos unas buenas heliotropadas de las mías, me tratarán como invitado regio a sus anuales encuentros, me...

- ¡Chaval -corté en seco las elucubraciones del joven Eugène- que se te va la olla! Necesito tomar contacto de inmediato con mis fans. Llévame raudo y veloz a ese cyber, o lo que sea. Que por cierto, bien podríamos subir a mi habitación y conectarnos con mi portátil... Pero ya no me fio de nada, e incluso es posible que Rumber haya manipulado sus circuitos. Vete a saber si me coló algún software espía cuando hace unos meses me instaló el Ableton Live... Aparte que si subimos dos a la habitación el hotel me va a cobrar más -rematé-.

- Pues no se hable más, Maestro -dijo entusiasta el chico del jersey rayado-, vamos que le llevo ante sus tropas.

- Vayamos pues, ¿dónde tienes el coche -pregunté oteando los alrededores-, lo aparcaste por aquí cerca?.

- ¿Coche? Si no tengo ni carné de conducir... Pero tengo mi abono de transporte urbano -dijo mostrando orgulloso la acreditación-. ¿Nos vamos?

- ¡Adelante soldado -grité realmente exaltado y feliz por el giro que había dado mi suerte en los últimos minutos-, vayamos a pasar revista a mi ejercito de fans!.

Y así nos pusimos en marcha. Aun sabiéndome rodeado de traición y de personas que no me querían bien estaba decidido a llegar hasta el fin en mi misión de acabar con los planes de los ultrafans. Y para lograrlo contaba ahora con un nuevo aliado, Eugène, cuya presteza y sapiencia serían decisivas para localizar y movilizar a mis fieles fans.

- Y ahora dígame, Maestro -interrumpió mis pensamientos mi leal soldado-, ¿lo del rollito con la noruega aquel es cierto o no?...